De PERSONAJES adictos a PERSONAS enfermas. Cómo cambió mi visión.
La noche no confunde. Te convierte en anónimo. Lo que se desea cuando se desea. Aquí y ahora que ayer es tarde y mañana aún no llega. Y ¿nadie? te conoce. Y el adicto, que lo es 24/7, cuando le coinciden la hora, la compañía y el ambiente (nocturnae habemus) se desboca aún más si cabe.
Y yo de portero, de algunos de esos locales noctámbulos. De esos donde llegar a casa a hora en que otros se levantan es la norma. Igual podría haber sido bombero. Apagaba al fin y al cabo los fuegos de impulsividad chulesca de quien se cree dueño del mundo sin ser ni dueño de su propia vida. Y, como todo apagafuegos, primero me preocupaba de las llamas y, más tarde (y si tenía tiempo de practicar la empatía) de pensar en la causa de tales incendios ¿Enfermos? No veía enfermos. Sólo problemas con caras. O en caras, o por la cara ¡que qué se yo cuando ya llevas media madrugada y tres cafés! y ganas de pocos amigos, que de esos suficientes tengo.
Pero… mucho después y ya fuera del incendio (alguna vez tenía que llegar y llegó la ya sempiterna pandemia alejando de puertas y fuegos), una vez dado dos pasos atrás y uno hacia delante y cuando de las llamas ya sólo veía humo distante, podía preguntarme ¿de dónde viene? ¿Qué lo provoca? ¿Fue intencionado o chispa incontrolable?
Sólo en la distancia y acabando por trabajar por azares del destino (mira que es “jodio” y cachondo el destino) en un lugar donde vi el salto adelante de quien ya se ve sin camino por donde avanzar, vi la perspectiva. Y desde ella contemplé los porqués, los cómo, los desde cuándo. Oí historias, sentí dolores ajenos y ayudé en la medida que podía. Me costó alejarme de mi propio personaje, oiga usted que en realidad al final todos tenemos uno. Y cada vez que veía a tantos pacientes que huían día sí, día no, de los suyos desde hace tanto el mío afloraba. Pero había de alejarme de él tanto como el adicto del propio.
Tenía que dejar de verlos como problema, sino verlos como gente CON problemas. No jodidos irresponsables que encendían bosques, sino pirómanos enfermos que aún no sabían controlar su ansia. Y aprendí mucho de lo que no todos saben sobre esta enfermedad. Dejé de ver su personaje, su capa protectora en realidad destructora. Y vi sus buenos momentos, sus familias, sus parejas, sus días sin noches y su duro camino… Y encontré a la persona. Gracias al equipo Galeno y a todos los que me ayudaron a compartir unos pocos pasos en ese trayecto.