Pepe el Marismeño y su equipo de profesionales me salvaron la vida en su centro para la rehabilitación Instituto Galeno en Sevilla. Yo no sabía que era adicto al alcohol y otras drogas. Pero, sobre todo, no sabía que no era feliz.
Lo primero que hicieron (¡y crucial! creo yo…) fue convencerme de que algo me pasaba:
Mis amigos pensaban que tenía mal genio a veces, que me tomaba muy a pecho algunas cosas… pero no veían nada grave en ello… “fuma muchos porros, pero no debe ser por eso. Todos fumamos al fin y al cabo”; pero cada vez les apetecía menos estar conmigo.
Con mi familia cada vez levantaba más la voz, pero nadie lo achacaba al alcohol: todos bebemos, y más si es una ocasión especial… “se pone un poco nervioso cuando bebe y ya está… es normal”.
Con mi jefe en el trabajo, directamente no me hablaba desde hacía años. Y por supuesto discutía con mis clientes y colegas muy a menudo.
Y, finalmente, cada vez pasaba más tiempo sólo, consumiendo porros y alcohol. Tenía mal humor, el cuerpo envejeció y ya no me acompañaba igual en el deporte, ni en el trabajo; cada vez me apetecían menos cosas y las ilusiones se desinflaban rápido… estaba cansado de vivir con sólo 35 años.
Para mí todo esto era normal: mi familia y mis amigos no me entienden, y mi jefe es un capullo. La vida es un asco y es lo que hay… Lo normal ¿no? ¡Pues por lo visto no! Existía otro mundo mucho mejor: el mundo real.
En Instituto Galeno me prometieron su ayuda, si dejaba el alcohol y las drogas, todo esto desaparecería y sería feliz. Les creí, acepté su ayuda y hoy no tengo palabras suficientes para agradecerlo.
Mediante su tratamiento de adicciones, me ayudaron a desintoxicarme, a adquirir hábitos saludables como el ejercicio diario y el orden, a reencontrarme con los valores básicos del ser humano como la honestidad y el amor al prójimo, y por último hicieron de mí una persona responsable y madura capaz de afrontar la vida y de ayudar a otros.
Fueron años duros de intenso trabajo y mucho sufrimiento, bajo la más absoluta confidencialidad y discreción por parte del centro. Pero también fueron años inolvidables y llenos de alegría, que me devolvieron mi auténtico ser.
El trabajo en grupo consiguió abrir mi encallado corazón para empezar a sentir de nuevo. Alegría, terror, dolor, ilusión… todo empezó a volver a mi cuerpo y mi alma. Compañeros de terapia que se hicieron mis amigos; compañeros que crecieron junto a mí, y compañeros que nos dejaron para siempre: todos fueron fundamentales para ser quien soy hoy.
El amor, la comprensión, la paciencia, la empatía, el esfuerzo… de este equipo conmigo y con todos los pacientes es increíble. Son las mejores personas que he me encontrado en mi vida.
Gracias a Pepe y su equipo, hoy soy el padre, hijo y hermano responsable que siempre quise ser. Soy libre. Soy yo.